Este proyecto comenzó como una reforma integral de un ático de 228 m² en el Barrio Salamanca, y nos sorprendió desde el principio. Al retirar el falso techo, descubrimos la impresionante altura del bajo cubierta. Decidimos aprovecharla al máximo, dejando las vigas originales de madera a la vista. Este detalle no planeado se convirtió en el eje del diseño, aportando calidez y un carácter entre lo nórdico y lo montañés que define todo el espacio.

La madera se eligió como material protagonista. Queríamos que los espacios se sintieran conectados y fluidos, así que diseñamos un bloque continuo de madera que envuelve las puertas ocultas. Trabajamos cada detalle, incluso empotrando los picaportes para que, al cerrarlas, las puertas se integraran por completo. Esto transforma el largo pasillo en una experiencia en sí misma, más allá de un simple tránsito.

En cuanto a la distribución, la idea era lograr espacios funcionales y cómodos. Las cuatro habitaciones tienen baño en suite con ventana para garantizar una ventilación natural óptima. En el dormitorio principal creamos dos vestidores, uno de ellos detrás del cabecero de la cama, que la convierte en una isla dentro de un espacio de doble altura.

Otro punto clave fue el equilibrio entre materiales. Restauramos los radiadores originales, dejando el hierro a la vista con un acabado natural que dialoga con las puertas metálicas correderas y la grifería gun metal. Este contraste de madera y metal aporta un carácter sobrio y atemporal, donde cada elemento encaja en una narrativa de diseño coherente.

El salón, con sus dos ambientes y el mirador, se conecta con una terraza que amplía la vida hacia el exterior. En la cocina, las puertas correderas permiten abrirla al comedor o independizarla, adaptándose a las necesidades de cada momento. Este proyecto fue una exploración de cómo los materiales, los detalles y la luz pueden transformar una vivienda en un espacio lleno de vida y carácter. Un ático que, más allá de su funcionalidad, cuenta una historia a través de cada rincón.